sábado, 18 de enero de 2014

Cómo me podrías haber ayudado

Estimado Norman:
Pareces dudar de mi afirmación según la cual  tu ayuda me habría permitido ganar más dinero trabajando con mi computadora, parte del cual entonces estaría disponible para pagar tus pretensiones.  Pero al revisar los títulos de algunos correos que te he enviado en los últimos meses veo que hubo varias ocasiones en que la falta de ayuda informática me impidió postularme para una traducción.
En un correo que te envié el 13 de septiembre del 2013, escribí:  
 “Por favor ven hoy o mañana a resolver problemas de la computadora que programaste. Son:
1. Trados no está integrado con Word, de manera que Trados es inutilizable.
2. No funciona la corrección de ortografía de ningún idioma (excepto tal vez el castellano).
3. No funciona el modem Movistar, el cual instalé.“

Ya que conoces mi modo de trabajar, sabes que estas tres componente son de primerísima importancia en mi trabajo. Tanto es así que si me falta siquiera una de ellas tengo grandes dificultades para trabajar. Y si faltan las tres, pues imagínate.
Han pasado cuatro mese y Trados sigue sin estar integrado con Word. No me acuerdo cómo ha sucedido esto, pero no es buena señal. En cambio sí concedo que las otras funciones actualmente funcionan bien, y supongo que las reparaste, algo que sabe hacer muy bien.
Te escribí un correo electrónico el 1 de octubre del 2013 cuyo título era “Gracias a tu inexplicable demora no puedo traducir”. Respondiste el mismo día explicando tu ausencia con problemas de salud. Por consiguiente quedas exonerado de cualquier culpa por la demora. Pero tu inmediata respuesta indica que te dabas perfecta cuenta de la importancia de tus servicios para mí.
Por consiguiente cuando antier dudabas poder ayudarme a ganar más, dicha duda solo se puede explicar con un repentino ataque de amnesia.  
Por cierto, te agradecería que me respondieses a estos correos que te mando. Esto se está convirtiendo en un soliloquio.
Saludos de Ricardo  







viernes, 17 de enero de 2014

Por favor devuelve mis cosas

Estimado Norman:
Como te informé ayer, acudí al local que me indicaste en al Parque Central para recuperar los datos que yo te había confiado, pero allí no tienen servicio de almacenamiento de datos ni conocen tu nombre. De manera que sigo a la espera de que me devuelvas dichos datos. Pagaré los costos incurridos por su almacenamiento.
Por otra parte, la última vez que llegaste fugazmente a mi casa, te llevaste un diccionario técnico mío en forma de CD [Diccionario técnico RC Global inglés y español] para pulirlo, ya que notabas defectos en su superficie. Por favor devuelve también este implemento de mi trabajo.

Saludos de Ricardo

jueves, 16 de enero de 2014

Reflexiones sobre tu comportamiento

Estimado Norman
Una cosa que me sorprende de tu rabia contra mi es que sabes perfectamente que gano poco dinero. Tu mismo revisaste mis cuentas de ingresos y lo pudiste comprobar. De manera que no pareces tener motivo para dudar de mi explicación de por qué no te pago más y con mayor frecuencia. De hecho el tema de la cuantía de mis ingresos no parece interesarte mucho. Lo cual es extraño, ya que lo que yo soy capaz de pagarte depende en gran medida de lo que yo mismo gane.
Pero a pesar de que conoces mi falta de fondos, manifiestas una profunda irritación contra mi, como si sospecharas que si yo no te pago lo que debiera, es por malicia, tacañería u otro motivo innoble.
Ayer te propuse que invirtieses una cantidad de trabajo en mi empresa. Evidentemente ignoras el significado de la palabra “invertir”, porque tu respuesta fue que no estás dispuesto a trabajar gratuitamente. Sin embargo “invertir” significa aportar dinero, bienes o trabajo con la finalidad de aumentar la producción, y a partir de la producción aumentada realizar una ganancia posterior. La diferencia principal entre trabajar a sueldo e invertir es que el que invierte es recompensado más tarde y que dicha recompensa no es segura ni de cantidad fija, sino depende de los azares de la vida económica y la habilidad y honradez de los socios.
Aunque las ganancias resultantes de una inversión dada no son seguras, hay inversiones muy arriesgadas y hay inversiones bastante seguras. Para saber si una inversión que te proponen es arriesgada o segura, hace falta averiguar exactamente en qué consiste la inversión en términos cuantitativos, y cuál será la ganancia posterior, también en términos cuantitativos. La decisión sobre invertir o no se hace comparando lo que hay que invertir con las ganancias potenciales, multiplicadas por la probabilidad de obtener esas ganancias. En otras palabras, para decidir si vale la pena invertir hay que conocer datos concretos.
Te informé que yo estimaba que si me ayudabas a utilizar eficientemente mis recursos informáticos, yo podría con mucha probabilidad ganar varios centenares de dólares mensualmente por encima de lo que gano actualmente, y me sobraría dinero para satisfacer tus exigencias. Hoy, al llegar a mi casa, no me hiciste ninguna pregunta sobre por qué pienso que mayor atención de tu parte redundaría en mayores ingresos para ambos. Tampoco preguntaste qué garantías ofrecía yo de que resultarías beneficiado por un aumento de mis ingresos. Te limitaste a comentar amargamente que “eran siempre las mismas promesas”. Eso me extrañó, ya que yo jamás había señalado expresamente la conexión entre los servicios informáticos que me brindas y mis ingresos. Al no mostrar la menor curiosidad por saber de qué modo un servicio más atento de tu parte me ayudaría a ganar dinero, manifiestas una vez más tu extraño desinterés por aumentar mi productividad. Y lo que es más, este desinterés persiste incluso cuando te aseguro que todo aumento en mi productividad redundará en tu propio beneficio, algo que jamás te había dicho.
Me llamó la atención que jamás te interesaste por saber en qué consistía la inversión, sino que lo rechazaste de plano, dando a entender que lo considerabas un engaño. Y eso a pesar de que yo jamás te he mentido y nunca me has acusado de mentirte.
De manera que según veo, tomas tus decisiones profesionales partiendo de la desconfianza hacia el prójimo y dominado por una actitud de amargura, rabia y desengaño, que impiden que consideres nada que no sea la satisfacción inmediata e incondicional de tus pretensiones.
Por otra parte, cuando yo señalo que diversos incumplimientos tuyos me han costado dinero, no das ninguna respuesta. En resumidas cuentas, no te interesa ayudarme ni a ganar dinero ni a evitar pérdidas. Todo eso te es olímpicamente indiferente. No te interesa de dónde viene el dinero. Solo que si te lo he prometido, tengo que pagarlo sin titubeos y a machamartillo.
¿De dónde viene esta extraña ideología que pareces creer te libera de toda responsabilidad por tus actos y omisiones? ¿A ti nunca te contaron que la misión de la informática es aumentar la productividad? ¿Y que el trabajo que se realiza distraídamente, de modo irregular y con indiferencia hacia su resultado muchas veces resulta inservible o incluso dañino?
Tu comentario de “las mismas promesas” también me pareció completamente fuera de lugar, ya que no creo haber prometido jamás que mis ingresos aumentarían sin duda alguna. Bien sabes que mis ingresos dependen en gran medida de los azares del mercado, de manera que sería absurdo que yo me comprometiese en firme en lo tocante a mis gastos futuros.
En un momento de optimismo, en vista de haber adquirido un nuevo cliente, aumenté tu sueldo de 100 a 150 dólares mensuales. Ese fue mi gran error. Si no te hubiese aumentado el sueldo ahora no estarías maldiciéndome. Luego resultó que el cliente no me volvió a dar trabajo. Pero ese momento de euforia me lo estás cobrando un año más tarde con saña y ferocidad, aprovechando toda circunstancia para hacerme sufrir, como por ejemplo amenazando con la destrucción de mis datos, diciéndome HOY POR PRIMERA VEZ que tengo que pagar nada menos que 150 dólares por recuperarlos, pero sin informarme cuánto tiempo me queda, y al principio incluso negándote a divulgarme el nombre del custodio.
¡Todo esto como si yo fuese tu enemigo irreconciliable que te ha hecho innumerables males adrede y con malicia, cuando el único problema es que gano poco dinero!
Repasando tus cartas exigiéndome dinero, no veo ni una sola sugerencia sobre cómo yo podría administrar mis fondos más eficazmente, ni cómo podríamos modificar nuestra relación para que resultase más provechosa para ambos, ni proponiendo soluciones prácticas a diversas dificultades. Tu discurso se reduce a exigir, quejarte de retrasos, anunciar tu voluntad de reducir cada vez más el suministro de servicios y amenazar con retirarte del todo.
No sé a qué atribuir este comportamiento tuyo. Tus reclamaciones tienen un tono obsesivo en el sentido de que pareces considerar cualquier propuesta como una impertinencia manifestada únicamente con la finalidad de frustrar tus derechos. Por otra parte tu rabia y saña, tus impulsos sádicos que se manifiestan en esfuerzos por humillarme y hacerme sufrir, debido meramente a mi incapacidad económica para satisfacer tus pretensiones, parecen sacadas de una película de horror. Especialmente porque no sientes ningún deseo de ayudarme a mejorar mi situación económica, lo cual redundaría en tu beneficio. Al contrario, pareces gozar con denegarme progresivamente servicios. Y todo ello a pesar de que ahora te debo mucho menos que hace seis meses, según me cuentas (ya que no he seguido la cuenta y no me mandas facturas).
Tal vez haya alguna explicación a todo esto que no acierto a distinguir. Pero la impresión que me da tu actitud es de una obsesión destructiva y perversa, una insistencia tan desmedida sobre cierto objetivo que llega a anular todo lo que lo rodea, inspirándote a rechazar toda vía de solución que no cumpla tus exigencias inmediatamente y a rajatabla – incluso en aspectos que objetivamente no tienen ninguna importancia.
Es un comportamiento irracional, ya que tus emociones de rabia, desengaño y amargura .. cuyo origen desconozco y por los que no me siento responsable-- te motivan a desechar sin examinarlas propuestas que pueden resultar fructíferas. Por consiguiente, al persistir en esta actitud desafiante y hostil reduces tus perspectivas de lograr lo que pretendes, ya que te niegas a ayudarme a prosperar, y por otra parte de persistir tu saña, podría llegar a extinguir todo deseo que yo pueda sentir de ayudarte a lograr tus propósitos.
Al despreciar por engañosas mis palabras, me llamas mentiroso, implícitamente achacándome a mi la culpa de que la economía mundial está en crisis desde el 2008. Antes de la crisis yo ganaba tres mil dólares al mes.
Tu comportamiento parece partir de una visión de la realidad en la cual yo cargo con la responsabilidad de todos los males que aquejan el mundo. Soy poco menos que un aspirante a Satanás.











miércoles, 15 de enero de 2014

Tu triunfo de hoy

Estimado Norman:
Espero que tu sed de venganza haya quedado aliviada en parte tras tu hazaña hoy de haberme despreciado ante testigos y haberme  amenazado con la pronta destrucción del gran acervo de datos que te confié si yo no pagaba ciento cincuenta dólares a su custodio dentro de muy poco tiempo (aunque no me quisiste decir cuánto tiempo me quedaba).
La experiencia de humillar a los malvados enemigos -- y así hacerse respetar -- generalmente apacigua los ánimos de los que creen mancillado su honor.
Noto con curiosidad que, tras faltar de mi casa casi un mes, cuando te envié mi nota de ayer proponiendo que mejorases el servicio que brindas y enumerando varias deficiencias en dicho servicio, en menos de 24 llegaste a mi casa, pero no para discutir mis propuestas ni para defenderte de mis críticas, sino únicamente para decirme que de ahora en adelante te niegas a trabajar para mi.
¿Por qué no me lo escribiste en un correo electrónico en lugar de venir hasta mi casa ubicada en un barrio periférico? A veces tengo que esperar semanas para que vengas a componerme mi ordenador, pero basta que yo te proponga mejoras al servicio para que vengas indignadísimo a decirme personalísimamente que ya jamás trabajarás para mi, y aprovechas para humillarme ante testigos manifestando que no está dispuesto a servir de intermediario con el custodio de mis datos, que lo tengo que hacer yo, que te desentiendes de todo, y solo a regañadientes revelas el paradero de mis datos para que yo pueda intentar rescatarlos en persona.
Estas son las deficiencias que yo te apunté ayer y con respecto a las cuales has mantenido riguroso silencio:
1. Tu servicio es inconstante.
2. No tienes ninguna documentación de los asuntos relacionados con mis computadoras.
3. No haces inspecciones de seguridad.
4. No das consejos firmes
5. No adviertes contra peligros.
6. Es imposible llamarte por teléfono.
7. A veces despareces por semanas enteras sin avisar.

Estas quejas colmaron el vaso de tu indignación y te convencieron que ya era hora de venir a darme una buena lección y jalarme del bigote para que yo aprendiese a respetarte como es debido.
El acceso telefónico para los clientes es un lujo innecesario. El cliente que lo exige está buscando pelea. ¡Hay que bajarle los humos y ponerlo en su lugar!
Te invito a rebatir estos argumentos
Saludos de Ricardo