Estimado Norman
Una cosa que me sorprende de tu rabia contra mi
es que sabes perfectamente que gano poco dinero. Tu mismo revisaste mis cuentas
de ingresos y lo pudiste comprobar. De manera que no pareces tener motivo para
dudar de mi explicación de por qué no te pago más y con mayor frecuencia. De
hecho el tema de la cuantía de mis ingresos no parece interesarte mucho. Lo
cual es extraño, ya que lo que yo soy capaz de pagarte depende en gran medida
de lo que yo mismo gane.
Pero a pesar de que conoces mi falta de fondos,
manifiestas una profunda irritación contra mi, como si sospecharas que si yo no
te pago lo que debiera, es por malicia, tacañería u otro motivo innoble.
Ayer te propuse que invirtieses
una cantidad de trabajo en mi empresa. Evidentemente ignoras el significado de
la palabra “invertir”, porque tu respuesta fue que no estás dispuesto a
trabajar gratuitamente. Sin embargo “invertir” significa aportar dinero, bienes
o trabajo con la finalidad de aumentar la producción, y a partir de la
producción aumentada realizar una ganancia posterior. La diferencia principal
entre trabajar a sueldo e invertir es que el que invierte es recompensado más
tarde y que dicha recompensa no es segura ni de cantidad fija, sino depende de
los azares de la vida económica y la habilidad y honradez de los socios.
Aunque las ganancias resultantes de una
inversión dada no son seguras, hay inversiones muy arriesgadas y hay
inversiones bastante seguras. Para saber si una inversión que te proponen es
arriesgada o segura, hace falta averiguar exactamente en qué consiste la
inversión en términos cuantitativos, y cuál será la ganancia posterior, también
en términos cuantitativos. La decisión sobre invertir o no se hace comparando
lo que hay que invertir con las ganancias potenciales, multiplicadas por la
probabilidad de obtener esas ganancias. En otras palabras, para decidir si vale
la pena invertir hay que conocer datos concretos.
Te informé que yo estimaba que si me ayudabas a
utilizar eficientemente mis recursos informáticos, yo podría con mucha
probabilidad ganar varios centenares de dólares mensualmente por encima de lo
que gano actualmente, y me sobraría dinero para satisfacer tus exigencias. Hoy,
al llegar a mi casa, no me hiciste ninguna pregunta sobre por qué pienso que
mayor atención de tu parte redundaría en mayores ingresos para ambos. Tampoco
preguntaste qué garantías ofrecía yo de que resultarías beneficiado por un
aumento de mis ingresos. Te limitaste a comentar amargamente que “eran siempre
las mismas promesas”. Eso me extrañó, ya que yo jamás había señalado expresamente
la conexión entre los servicios informáticos que me brindas y mis ingresos. Al
no mostrar la menor curiosidad por saber de qué modo un servicio más atento de
tu parte me ayudaría a ganar dinero, manifiestas una vez más tu extraño desinterés
por aumentar mi productividad. Y lo que es más, este desinterés persiste
incluso cuando te aseguro que todo aumento en mi productividad redundará en tu propio
beneficio, algo que jamás te había dicho.
Me llamó la atención que jamás te interesaste
por saber en qué consistía la inversión, sino que lo rechazaste de plano, dando
a entender que lo considerabas un engaño. Y eso a pesar de que yo jamás te he
mentido y nunca me has acusado de mentirte.
De manera que según veo, tomas tus decisiones
profesionales partiendo de la desconfianza hacia el prójimo y dominado por una
actitud de amargura, rabia y desengaño, que impiden que consideres nada que no
sea la satisfacción inmediata e incondicional de tus pretensiones.
Por otra parte, cuando yo señalo que diversos incumplimientos
tuyos me han costado dinero, no das ninguna respuesta. En resumidas cuentas, no
te interesa ayudarme ni a ganar dinero ni a evitar pérdidas. Todo eso te es
olímpicamente indiferente. No te interesa de dónde viene el dinero. Solo que si
te lo he prometido, tengo que pagarlo sin titubeos y a machamartillo.
¿De dónde viene esta extraña ideología que pareces
creer te libera de toda responsabilidad por tus actos y omisiones? ¿A ti nunca
te contaron que la misión de la informática es aumentar la productividad? ¿Y
que el trabajo que se realiza distraídamente, de modo irregular y con
indiferencia hacia su resultado muchas veces resulta inservible o incluso
dañino?
Tu comentario de “las mismas promesas” también
me pareció completamente fuera de lugar, ya que no creo haber prometido jamás
que mis ingresos aumentarían sin duda alguna. Bien sabes que mis ingresos
dependen en gran medida de los azares del mercado, de manera que sería absurdo
que yo me comprometiese en firme en lo tocante a mis gastos futuros.
En un momento de optimismo, en vista de haber
adquirido un nuevo cliente, aumenté tu sueldo de 100 a 150 dólares mensuales. Ese
fue mi gran error. Si no te hubiese aumentado el sueldo ahora no estarías
maldiciéndome. Luego resultó que el cliente no me volvió a dar trabajo. Pero
ese momento de euforia me lo estás cobrando un año más tarde con saña y
ferocidad, aprovechando toda circunstancia para hacerme sufrir, como por
ejemplo amenazando con la destrucción de mis datos, diciéndome HOY POR PRIMERA
VEZ que tengo que pagar nada menos que 150 dólares por recuperarlos, pero sin
informarme cuánto tiempo me queda, y al principio incluso negándote a
divulgarme el nombre del custodio.
¡Todo esto como si yo fuese tu enemigo irreconciliable
que te ha hecho innumerables males adrede y con malicia, cuando el único
problema es que gano poco dinero!
Repasando tus cartas exigiéndome
dinero, no veo ni una sola sugerencia sobre cómo yo podría administrar mis
fondos más eficazmente, ni cómo podríamos modificar nuestra relación para que
resultase más provechosa para ambos, ni proponiendo soluciones prácticas a
diversas dificultades. Tu discurso se reduce a exigir, quejarte de retrasos, anunciar
tu voluntad de reducir cada vez más el suministro de servicios y amenazar con
retirarte del todo.
No sé a qué atribuir este comportamiento tuyo. Tus
reclamaciones tienen un tono obsesivo en el sentido de que pareces considerar
cualquier propuesta como una impertinencia manifestada únicamente con la
finalidad de frustrar tus derechos. Por otra parte tu rabia y saña, tus
impulsos sádicos que se manifiestan en esfuerzos por humillarme y hacerme
sufrir, debido meramente a mi incapacidad económica para satisfacer tus
pretensiones, parecen sacadas de una película de horror. Especialmente porque
no sientes ningún deseo de ayudarme a mejorar mi situación económica, lo cual
redundaría en tu beneficio. Al contrario, pareces gozar con denegarme
progresivamente servicios. Y todo ello a pesar de que ahora te debo mucho menos
que hace seis meses, según me cuentas (ya que no he seguido la cuenta y no me
mandas facturas).
Tal vez haya alguna explicación a todo esto que
no acierto a distinguir. Pero la impresión que me da tu actitud es de una
obsesión destructiva y perversa, una insistencia tan desmedida sobre cierto
objetivo que llega a anular todo lo que lo rodea, inspirándote a rechazar toda
vía de solución que no cumpla tus exigencias inmediatamente y a rajatabla –
incluso en aspectos que objetivamente no tienen ninguna importancia.
Es un comportamiento irracional, ya que tus
emociones de rabia, desengaño y amargura .. cuyo origen desconozco y por los
que no me siento responsable-- te motivan a desechar sin examinarlas propuestas
que pueden resultar fructíferas. Por consiguiente, al persistir en esta actitud
desafiante y hostil reduces tus perspectivas de lograr lo que pretendes, ya que
te niegas a ayudarme a prosperar, y por otra parte de persistir tu saña, podría
llegar a extinguir todo deseo que yo pueda sentir de ayudarte a lograr tus
propósitos.
Al despreciar por engañosas mis palabras, me
llamas mentiroso, implícitamente achacándome a mi la culpa de que la economía
mundial está en crisis desde el 2008. Antes de la crisis yo ganaba tres mil
dólares al mes.
Tu comportamiento parece partir de una visión
de la realidad en la cual yo cargo con la responsabilidad de todos los males
que aquejan el mundo. Soy poco menos que un aspirante a Satanás.